Érase una vez una niña llamada Olga que soñaba con un Planeta mejor. Pensó que la mejor manera de conseguirlo era haciendo soñar a sus habitantes.

Así que se puso manos a la obra: estudió mucho, practicó mucho más y creó una forma distinta de contar historias.

Quería que fueran sorprendentes, originales y muy, muy divertidas para que la gente se animara a participar en ellas, como un juego. Y, también, que las personas se emocionaran, por supuesto.

El público, al asistir a sus espectáculos, veía reflejadas sus propias vidas y le servía para tener otra perspectiva de las cosas. Salían siendo un poco más felices.

Como a Olga le interesaba mucho que la viera mucha gente, diseñó sus espectáculos de manera que siempre fueran buenos, aunque las circunstancias y medios técnicos no fueran los más favorables.

Olga sigue actuando siempre con la ilusión y la esperanza de que alguien, cuando recuerde sus historias, diga “…aquel día me cambió la vida”.